Historia significa investigación en griego. Aquí encontrarás eso, mis investigaciones sobre la historia contadas en formato podcast, que es el más adecuado para tal objetivo. Puedo prometer, y prometo, que los episodios se han documentado con mucho detalle y que las cosas se explican de la forma más simple posible, sin caer en la narrativa de la modernidad y en nacionalismos de ningún tipo.
¿Qué es la historia y para qué sirve?
Significado de la palabra historia
En las recopilaciones de las tradiciones orales homéricas, se hacía referencia al ἵστωρ (jístor) que era una figura legal, a medio camino entre juez y testigo, cuya función era la investigación. De ahí apareció el término ἱστορία (historia) para referirse al conocimiento adquirido mediante la investigación. Así, La palabra griega ἱστορία pasó al latín como historia, y de este último al español y a las restantes lenguas derivadas.
Precisamente, eso es lo que indica la etimología de la palabra historia: el conocimiento adquirido mediante la investigación. Pero eso era en tiempos de Homero. Hoy en día, cuando hablamos de historia, ¿a qué nos referimos exactamente?
Clío, la musa de la Historia esculpida en tierra cocida por Luc Breton. La obra Pertenece al Museo del tiempo de Besançon (Francia). Fotografía de Arnaud 25 [CC BY-SA 4.0]
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Definición de historia
En la Grecia del siglo IV a.C., se inició la costumbre de recopilar por escrito las tradiciones, los mitos y las leyendas de las ciudades. Hasta ese momento la transmisión de estos conocimientos era realizada por poetas y dramaturgos que recitaban las obras de Homero, Esopo el fabulista o Solón de Atenas entre otros.
Este nuevo género literario, en general, se escribía con un estilo que mantenía el tono épico y el espíritu poético de las narraciones, pero estaban escritos en prosa. Los escritores que se dedicaban a ello se denominaron logógrafos, siendo el primer caso documentado Cadmo de Mileto. En realidad, los logógrafos actuaban como cronistas, aunque sus narraciones contenían una mezcla de elementos míticos y religiosos junto con la pura relación de hechos relevantes.
La temática de los logógrafos era variada. Por ejemplo, recopilaciones de las leyendas fundacionales de las polis griegas, genealogías de las familias aristocráticas que se repartían el gobierno, e incluso los usos y costumbres más representativos de la gente.
Definicion de historia según Heródoto
Heródoto de Halicarnaso, es el cronista considerado como padre de la historia. Este personaje Nació en Halicarnaso en el año 484 a.C. durante una época convulsa.
Al inicio del siglo V a.C. las ciudades jónicas se rebelaron contra Persia, por lo que hubieron de ser sometidas por la fuerza. Este fue el caso de Halicarnaso. Sin embargo, los persas delegaron el gobierno de esta ciudad en aristócratas locales, lo que les permitió una cierta autonomía.
En la época en la que nació Heródoto, la ciudad era gobernada por Artemisia, hija de Lígdamis el sátrapa de Caria apoyado por los persas. A pesar de sus orígenes griegos, Artemisia luchó en el bando de Jerjes I en la batalla de Salamina. De ella destaca su capacidad militar, ya que en esa batalla comandó personalmente cinco barcos de guerra, distinguiéndose durante el enfrentamiento naval.
El posicionamiento político de Heródoto era contrario al dominio persa, por lo que hubo de exiliarse de Halicarnaso. Fue durante sus viajes cuando concibió una obra diferente de las crónicas que se estilaban por la época.
La idea que tuvo consistió en dejar por escrito un relato de las guerras entre los persas y los griegos (Guerras Médicas) en el que figurasen aspectos curiosos de los pueblos y los lugares involucrados. Pero a diferencia de los logógrafos, que se limitaban a recoger la tradición oral sin cuestionarse demasiado las cosas, Heródoto propone un enfoque distinto.
Heródoto, el considerado como padre de la Historia. Ilustración tomada de «Illustrerad Verldshistoria» de Ernst Wallis et al, obra publicada en 1875 [Public Domain], via Wikimedia Commons
La obra de nueve libros contendrá las investigaciones personales del autor, de ahí que se titulará, “Las historias de Heródoto”. Por ello, la fuente primaria serán sus propias observaciones acerca de los lugares y gentes a los que visite. Después tendrá en cuenta las informaciones provenientes tanto de poetas clásicos como de cronistas oficiales. Y, por último, considerará los testimonios orales directos.
Pero Heródoto, consciente del carácter poco fiable a veces de sus fuentes, analiza la verosimilitud de los relatos que le llegan y se muestra escéptico con los de origen legendario. A pesar de ello, nunca abandonará del todo la inspiración religiosa puesto que siempre considera al ser humano como un juguete en manos de los dioses.
Así, en el primer párrafo de Las Historias, anuncia sus intenciones:
Heródoto de Halicarnaso presenta aquí los resultados de su investigación para que el tiempo no abata el recuerdo de las acciones humanas y que las grandes empresas acometidas, ya sea por los griegos, ya por los bárbaros, no caigan en olvido; da también razón del conflicto que enfrentó a estos dos pueblos.
Esta es, pues, la definición de la historia según Heródoto: se trata de la elaboración de un relato que sirva para recordar el pasado y para explicar los porqués de los eventos. Y ese relato no puede elaborarse de cualquier manera, debe estar basado en fuentes cuya verosimilitud haya podido ser analizada.
Definición de historia según Marx
Si bien Heródoto es considerado como el padre de la historia, el primer historiador verdadero fue Tucídides, autor del primer libro de historia: Historia de la Guerra del Peloponeso.
Tucídides, a diferencia de Heródoto, abandonará todo aspecto religioso y mítico en sus relatos. Siempre perseguirá las explicaciones racionales de los hechos históricos basadas en relaciones causa-efecto. También analizará de forma metódica y rigurosa las fuentes que utilizará como referencia.
Estas ideas, la racionalidad de la historia y las relaciones causa-efecto, tendrán su eco en el siglo XIX. Cuando se recojan las nociones de progreso de la humanidad, la confianza en la razón humana y la concepción mecanicista de la realidad, se desarrollará una concepción de la historia en la que no quedará demasiado espacio para la libertad de elección del ser humano.
Uno de los mejores exponentes de tales puntos de vista se encuentra en la definición de la historia que hace Karl Marx. Si bien, es necesario advertir que centra su objeto de estudio en un campo muy concreto: el desarrollo del modo de producción capitalista. De hecho, Marx jamás escribió historia tal y como los historiadores la entienden. No obstante, su influencia sobre éstos fue notable (Eric Hobsbawm constituye un excelente ejemplo de ello).
Karl Marx junto con su hija Jenny fotografiados en 1869. Ilustración procedente de www.nybooks.com, [Public Domain], via Wikimedia Commons
Para Marx, todas las instituciones sociales que han existido, desde el Senado romano hasta las monarquías absolutas de la Edad Moderna, pasando por el vasallaje medieval, forman parte de algo llamado “superestructura jurídica y política”. Por tanto, los historiadores anteriores a él, no han hecho más que reflejar los cambios ocurridos en la superestructura política.
Así, la superestructura engloba todos los procesos de la vida social, política e intelectual de una sociedad concreta. Como diría Marx, la superestructura no es más que una manifestación de la conciencia del ser humano.
La clave en la concepción de la historia de Marx la encontramos en su obra La ideología alemana (páginas 19–20):
[…] el hombre mismo se diferencia de los animales a partir del momento en que comienza a producir sus medios de vida […]. Al producir sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material.
La forma concreta por la que una sociedad organiza la producción de su vida material se denominará “Modo de producción”. Así, los individuos insertos en un modo de producción determinado contraerán entre sí unas relaciones sociales y políticas determinadas. Tal y como dicen en “La ideología alemana”:
[Los individuos se representan] tal y como desarrollan sus actividades bajo determinados límites, premisas y condiciones materiales, independientes de su voluntad.
Por tanto, la organización social y el Estado mismo están determinados por el modo de producción. Esta es la base del Materialismo histórico de Marx. El historiador tendrá, necesariamente, que revelar la relación existente entre la organización política y el modo de producción de cada sociedad.
Resulta curiosa la relación entre los logógrafos griegos, Heródoto incluido, y el materialismo histórico. En la antigüedad, los seres humanos estuvieron sometidos a la voluntad de los dioses. En el siglo XIX, parece que estos últimos fueron sustituidos por el modo de producción. Así, los individuos no son responsables de los procesos históricos, sino más bien al contrario: son hijos de los mismos.
El modo de producción esclavista se dio lugar en la Edad Antigua, cuando el primero evolucionó hacia el modo de producción feudal, dominado por el trabajo servil en lugar de esclavo, la superestructura cambió hacia las relaciones sociales feudales. Finalmente, con el advenimiento del modo de producción capitalista, la superestructura evolucionó hacia el Estado liberal burgués. Todo ello de forma inevitable, por supuesto.
Un resumen de la crítica que suele hacerse a la definición de historia de Marx es que la historia, ni es determinista, ni avanza en linea recta hacia el progreso infinito de la raza humana. No obstante, es importante reconocer a Marx su aportación fundamental: la economía y la política de una sociedad dependen la una de la otra, y se influyen mutuamente.
Definición de historia según Marc Bloch
Pero todavía no abandonamos el siglo XIX. El determinismo de Marx y su confianza en el materialismo histórico se fundamentaban en la teoría filosófica del positivismo.
Ésta establecía que el auténtico conocimiento era el científico, por lo que la verdad solo podía aparecer mediante la comprobación de las hipótesis a través del “método científico”.
Además, las explicaciones científicas habían de tener la misma forma en cualquier ciencia. Como consecuencia, cualquier disciplina que aspirase a la categoría de científica debía adoptar el método de estudio de las ciencias naturales, lo que por supuesto incluía la historia.
Es decir, las ciencias (tanto sociales como naturales) debían aspirar a la explicación causal de los fenómenos por leyes generales de validez universal para, de este modo, satisfacer mejor las necesidades humanas. Tal pensamiento es el que está detrás de la definición de la historia según Leopold von Ranke.
Retrato de Leopold von Ranke tomado hacia finales de 1850. Imagen original procedente de la National Portrait Gallery, [Public Domain], via Wikimedia Commons
Esta concepción universal y utilitaria de la historia es la que combate el historiador francés Marc Bloch. En primer lugar niega la posibilidad de formular leyes universales de carácter irrefutable en la historia. Y en segundo lugar establece una finalidad para la historia más allá de su posible utilidad.
El objetivo de la historia será, para Marc Bloch, el establecimiento de relaciones explicativas entre los fenómenos de forma que podamos comprenderlos de una manera racional. Por tanto, su finalidad será el entendimiento de las causas del devenir histórico, con independencia de que podamos encontrar utilidad.
Pero, aunque parezca lo contrario, para Bloch el historiador no se convierte en un simple estudioso del pasado -en un anticuario-. En el apartado VII del capítulo 1 de su obra Introducción a la historia, que se titula “comprender el pasado por el presente”, Bloch nos explica en la página 38 lo siguiente:
La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado. Pero no es, quizás, menos vano esforzarse por comprender el pasado si no se sabe nada del presente.
Para ilustrar esta idea, el autor relata una conversación que mantuvo con otro historiador, Henri Pirenne, ocurrida en un viaje a Estocolmo. Pirenne aseguró que:
Si yo fuera un anticuario sólo me gustaría ver las cosas viejas. Pero soy un historiador y por eso amo la vida
Bloch interpreta esta afirmación en el sentido de que el historiador debe esforzarse en retratar lo vivo porque su objetivo es captar el cambio. El presente es más importante para la comprensión del pasado que la simple acumulación de hechos históricos. De aquí extrae Marc Bloch su definición de historia:
La historia es la ciencia de los hombres en el tiempo.
El objeto de estudio de la historia es el ser humano y no el pasado. Según Bloch, somos nosotros los que condicionamos los procesos históricos y no al revés, como sostuvo Marx.
Retrato de Marc Bloch, [Public Domain], via Wikimedia Commons
Respecto a la consideración de la historia como ciencia, Bloch afirma en la página 41 de su Introducción a la historia, que
Una ciencia no se define por su objeto y límites, también por sus métodos.
Esta linea actuación será desarrollada en la definición de historia de Raymond Aron.
Definición de historia según Raymond Aron
La información relevante sobre quién fue Raymond Aron la podéis consultar en wikipedia. Por otra parte, el resumen de su planteamiento acerca de la historia como ciencia lo he tomado de este artículo de Olimpia López Avendaño.
Por lo visto hasta ahora, la historia no tiene la misma naturaleza que las ciencias naturales. Por tanto, lo que promete el positivismo es imposible. No se pueden construir unas leyes universales que, de forma inexorable, predigan el sentido y la finalidad de la evolución humana. De hecho la relación causa-efecto, en la historia, no se cumple necesariamente ya que las decisiones voluntarias tienen la misma o mayor importancia que las circunstancias que rodean las situaciones.
Un gas no puede, voluntariamente, quedarse en el fondo de un recipiente sin ocupar todo el volumen. Este hecho es el que permite a las leyes de la termodinámica predecir comportamientos. En cambio, una sociedad humana puede libremente suspender los contactos con el exterior si lo considera conveniente.
Este es el punto clave: las pasiones humanas, más que la racionalidad, muchas veces determinan las acciones de los individuos. A partir de esta premisa, Raymond Aron deriva la definición de historia que queda plasmada en su obra de 1961 Dimensiones de la conciencia histórica (página 14, referencia tomada de www.paginaindomita.com):
La historia es la reconstrucción, por y para los vivos, de la vida de los muertos.
Por tanto, para Aron, la finalidad de la historia es la reconstrucción de la realidad, su comprensión. El conocer cómo ocurrieron los hechos históricos y qué es lo que los originó. En este sentido entronca con la definición de historia de Marc Bloch.
Según este último autor, el pasado es interpretado por un historiador que está sometido a los puntos de vista del presente. Pero Raymond Aron va un paso más allá. Sostiene que el investigador realiza una selección subjetiva de los hechos que pretende explicar, ya que el conocimiento absoluto de la realidad es imposible.
Otra definición más de la historia, pero esta vez la propone Raymond Aron. Obra original de Erling Mandelmann [CC BY-SA 3.0]
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De este modo, las preocupaciones del presente se proyectan sobre el pasado ya que dirigen la selección de hechos históricos que el investigador quiere plantear. Esta selección, por tanto, sólo es válida para aquellos que aceptan el mismo marco de referencia.
El problema estriba en que, en cada época, las personas coetáneas escogen su pasado, transforman la herencia recibida dándole otra significación que esté de acuerdo con los valores de la época.
Por tanto, dado que los sistemas de valores del presente y del pasado no suelen coincidir, la selección de hechos a interpretar tampoco. Esto implica que el conocimiento de la realidad de distintas sociedades o distintas épocas se hace siempre desde un punto de vista particular, y por tanto el resultado no es universalmente válido.
Así, para Aron, la historia se constituye en un camino concreto conformado por el azar, por juicios de valor y por circunstancias que no siempre son atribuibles a la razón. Esto posibilita que la historia se renueve y sea re-escrita en cada sociedad, lo cual plantea el problema de la objetividad en la historia.
¿Porqué la historia es considerada una ciencia?
Precisamente, para responder a la pregunta de porqué la historia se considera una ciencia, la obra de Raymond Aron es interesante. Durante el siglo XIX se intentó adaptar el método de las ciencias naturales a la historia pero, como hemos visto, fue tarea imposible.
Dado que el sistema de valores determina la selección de hechos a estudiar, el relato histórico resultante no pude ser jamás válido de forma universal. Esto abre la puerta al relativismo en las ciencias sociales.
Sin embargo, para Aron, el hecho de que no pueda haber una historia universal, válida en todo tiempo y lugar, no impide que el relato histórico se construya según unos métodos rigurosos basados en el análisis objetivo de datos.
Así, los datos estarán constituidos por las huellas de todo tipo que la humanidad ha dejado en su producción cultural. A partir de ellos se construirán los hechos históricos de forma que, será el método, y no el objeto de estudio, el que garantice la validez del conocimiento que produzca el historiador.
Así pues, resulta que no es posible superar el relativismo en la historia. Sin embargo, si el investigador sigue un método objetivo, se pueden limitar sus efectos. De este modo se logra un compromiso entre ambos mundos: la recogida de datos y el análisis de las fuentes documentales se realizará con el método de las ciencias naturales; y las interpretaciones se realizarán en el marco de los valores del investigador, que es lo propio de las ciencias sociales.
Diferencias entre ciencias sociales y naturales
Hoy en día, en realidad, se tiende a difuminar las fronteras entre las ciencias sociales y naturales, prefiriéndose la interrelación entre los métodos propios de las diferentes ramas del saber.
Este punto de vista es difícil de aceptar para algunas personas que todavía viven en el siglo XIX, donde las ciencias naturales son las únicas que proporcionan conocimiento verdadero y universal. No obstante, antes de proseguir, quiero presentaros una definición de ciencia natural: la cosmología física.
Esta ciencia es una rama de la astrofísica que trata de responder, entre otras cosas, a las preguntas acerca del origen, la evolución y el destino del Universo.
Pero, que yo sepa, nadie ha metido el universo entero en un laboratorio y lo ha hecho evolucionar un tiempo infinito hacia adelante con objeto de comprobar si la constante cosmológica de Einstein es constante de verdad o no. Por tanto, también es lícito preguntarse si los resultados de la cosmología física tienen validez universal o si están sometidos a criterios de valor introducidos por los investigadores.
Todos entendemos que la cosmología física es una ciencia, pero no por el objeto de estudio, sino por la metodología que emplea. Justo igual que la historia.
Objeto de estudio de la historia
En la wikipedia podemos leer una definición de historia bastante poco clarificadora:
La historia es la ciencia que tiene como objeto de estudio el pasado de la humanidad y como método, el propio de las ciencias sociales.
A la vista de las definiciones dadas en los apartados anteriores, podemos definir la historia como:
La historia es la ciencia que estudia los hechos pasados de la humanidad con la finalidad de explicar el presente, facilitar su comprensión o, al menos, proporcionar los porqués de ciertas visiones del mundo que se originaron en tiempos más distantes.
Por tanto, la finalidad de la historia es crear un relato que nos permita comprender el presente, y la persona encargada de crear ese relato es el historiógrafo. Así, atendiendo a la raíz de la palabra, historiógrafo significa “aquel que escribe la historia”, es decir, se trata del encargado de la elaboración de la historiografía.
Pero el relato historiográfico no se puede elaborar de cualquier manera. Debe construirse siguiendo un método específico para asegurar su validez. Ha llegado, por tanto, el momento de describir la metodología que convierte a la historia en una disciplina científica.
¿Cómo estudiar la historia?
La historia debe escribirse de modo que reduzca el relativismo inherente a la disciplina. Así, Raymond Aron, propuso que la metodología en historia debía cumplir con los siguientes requisitos:
- El modo de establecer los hechos históricos debía ser riguroso.
- El investigador debía ser imparcial en la interpretación de los datos.
- Las relaciones entre los hechos debían ser causales y derivar de la realidad. No quedaba espacio para la fantasía.
- Admitía el hecho de que la certidumbre no siempre era posible, ya que en el establecimiento de determinadas relaciones causales podía aparecer un cierto grado de probabilidad. Pero incertidumbre (o probabilidad) no implicaba relativismo.
- Por último, no existía un único punto de vista verdadero. El relativismo en la historia implicaba que los hechos se podían estudiar desde varias perspectivas, todas ellas válidas.
Por tanto la metodología en historia se desarrollará en las siguientes fases.
Heurística
El primer trabajo del historiógrafo será la heurística o localización de las fuentes de información.
A este respecto, es interesante consultar la discusión sobre la clasificación de las fuentes de información que se hace en este artículo. En él se distingue entre fuente, que es el origen de la información, y el soporte material de la misma.
Así, atendiendo a lugar de donde proviene los registros materiales se habla de fuentes arqueológicas, epigráficas, archivísticas y otras muchas más. Será en estas fuentes donde el historiador hallará la materia prima de su investigación.
Crítica de las fuentes
La segunda etapa de la metodología en historia consistirá en el refinado de la materia prima. En otras palabras, deberá realizarse un análisis crítico de las fuentes encontradas.
En esta fase se tratará de valorar la coherencia de la fuente dentro del entorno cultural donde se elaboró. En el caso de documentos escritos, se examinará con detenimiento el texto, tanto en la forma como en el contenido, para ponerlo en relación con otras obras del mismo autor o de autores diferentes, ya sean predecesores, coetáneos o posteriores. De este modo, el historiógrafo podrá hacerse una idea de la fiabilidad histórica de la fuente.
Incluso para obras de autores de reconocida reputación, es necesario establecer la credibilidad que se otorga a cada documento individual. Para ello se deberá considerar la existencia de contradicciones internas o de indicios de distorsión de la veracidad de los hechos relatados.
Para desgracia de los historiadores, la mayoría de los documentos escritos poseen un significado diferente de su sentido literal. Como consecuencia, son escasos los que pueden aceptarse como totalmente fiables.
Un ejemplo que me gusta citar es el de un conocido autor tardorromano, Salviano de Marsella. Pues bien, Salviano afirmó de los cartagineses que eran unos invertidos y que vestían con ropas de mujer. La cita la he tomado de la página 123 de “Una historia nueva de la Alta Edad Media. Europa y el mundo mediterráneo 400–800”, Wickham, C. (Ed. Crítica 2016)
A pesar de ser un testimonio normalmente digno de crédito, esta afirmación de Salviano parece un poco exagerada y, quizás, no debiéramos tomarla al pie de la letra cuando pensamos en el Cartago de la Alta Edad Media.
Síntesis historiográfica
Y por fin llegamos al producto final de la metodología en historia: la síntesis historiográfica.
¿Qué significa este concepto? Muy sencillo. A partir de las evidencias recopiladas, ponderadas por el grado de credibilidad otorgado, tenemos que ser capaces de elaborar un relato que hile los datos. De este modo se ofrecerá una narrativa de los hechos históricos en la que se proporcionen las causas explicativas y las consecuencias que de ellos se derivan para las generaciones venideras.
Pero no podemos escribir cualquier cosa que se nos ocurra y publicarla inmediatamente. El relato debe someterse al consenso de los expertos y a los mecanismos académicos e institucionales propios de cualquier ciencia.
En particular, uno de los requisitos fundamentales para que la síntesis historiográfica se considere como válida es el de la revisión por pares o peer review en inglés.
La revisión asegura que el texto final ha sido debatido en el seno de la comunidad científica antes de su publicación. Así, el material histórico divulgado entre el público poseerá un grado de aceptación, veracidad y calidad suficiente.
Tras la difusión del material, llega el momento en el que la síntesis historiográfica cumple la finalidad para la que ha sido creada: la divulgación de unos hechos pasados, junto con sus causas y consecuencias, que expliquen el presente.
El relativismo histórico
Nos hemos embarcando en un largo viaje intentando explicar qué es la historia. El punto de partida fue la definición de historia que dio Heródoto. Poco a poco hemos ido sacando los puntos fundamentales: el significado de la palabra historia, la finalidad de la disciplina y su objeto de estudio.
Al final del camino fuimos conscientes, gracias a Raymond Aron, que el método de la historia es una parte fundamental de la disciplina ya que es lo único que puede salvarnos de una cosa llamada relativismo.
Pero no sabemos si tal cosa, el relativismo histórico, es algo grave o no. Quizás deberíamos saber de qué estamos hablando para valorar su peligro. A eso dedicaremos los siguientes apartados.
El relativismo es una teoría filosófica que niega la posibilidad de lograr la verdad absoluta o el establecimiento de conceptos con validez universal. En realidad, afirma que los fenómenos sólo se pueden estudiar en el seno de marcos de referencia, y por tanto las conclusiones que se extraigan sólo son válidas para los observadores que compartan marcos similares.
Para lo que nos interesa, los hechos sociales (como los que estudia la historia) pueden ser examinados desde diferentes puntos de vista, y ninguno de ellos es el “verdadero”. Llevando tal razonamiento al extremo, el filósofo e historiador alemán Oswald Spengler afirmó que:
Toda cultura tiene su propio criterio, en el cual comienza y termina su validez. No existe moral universal de ninguna naturaleza
Pero esta era una conclusión que ya había sido puesta de manifiesto desde finales del siglo XVIII por el filósofo alemán Herder: cada época histórica debe ser entendida en sus propios términos.
Si retomamos a Marc Bloch, el historiador se aproximará al pasado teniendo en cuenta los valores y los problemas del presente, lo que le impide eliminar el relativismo de sus conclusiones. Y para mitigar este problema, Raymond Aron nos propuso el desarrollo de un método riguroso para el estudio de la historia.
Retrato de Oswald Spengler tomado en 1929. Este filósofo alemán defendió el relativismo histórico. [CC BY-SA 4.0]
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Sin embargo, aunque empleemos el método descrito en el apartado anterior, de forma inevitable, el estudio del pasado estará impregnado de juicios y valores del presente. Y esto es peligroso porque puede condicionar el resultado de la investigación.
En términos técnicos este fenómeno se conoce como “sesgo”. Un sesgo no es más que la preferencia sistemática de unas respuestas frente a otras. Así, un historiador con una determinada ideología favorecerá el estudio de unos temas frente a otros, su enfoque o, lo que sería peor, sus conclusiones.
¿Y por qué alguien querría inventarse hechos que no ocurrieron pero presentarlos como históricos? Buena pregunta. Todos sabemos que hay por ahí gente malvada que pretende engañar a otros para lograr objetivos políticos o económicos. Ya conocéis la frase que George Orwell escribió en su novela “1984”:
Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro.
Sin embargo, de lo que quiero hablar no es de la construcción consciente de relatos engañosos con fines oscuros. Me quiero centrar en algo más sutil y peligroso, precisamente porque es de naturaleza inconsciente.
Nadie puede ignorar sus propios puntos de vista particulares sobre los temas que estudia, y tales puntos de vista subjetivos se han construido en base a los propios intereses, valores o mentalidad que uno posee: de ahí surgirán los sesgos.
Me centraré a continuación en tres de ellos: el sesgo temporal, el sesgo de la modernidad y el sesgo del nacionalismo. El primero, no obstante, es absolutamente inevitable. Los otros dos son mucho más peligrosos porque las narrativas que de ellos derivan dan lugar a visiones erróneas de la historia.
Periodización de la historia
Ya sabemos que cualquier construcción humana, en particular la ciencia, es un producto social sujeto a restricciones culturales, a normas institucionales y al consenso de expertos.
Existe, sin embargo, una escala de intersubjetividad en las ciencias. Así, las ciencias experimentales obtienen resultados que presentan una menor dependencia del investigador que las ciencias sociales. Pero eso no significa que estén exentas de interferencias introducidas por los puntos de vista, ideología e intereses de los investigadores.
Cierto es que la física se ve menos afectada por la ideología política de los científicos que la historia. Sin embargo, sabemos que el conocimiento total de la realidad es imposible porque es muy compleja. Por tanto, el investigador deberá elegir un enfoque para su trabajo, es decir, deberá especializarse en algún campo concreto. Y esta elección afectará al resultado final de la investigación. Lo que diferencia la buena ciencia de la que no lo es, es el grado de consciencia del investigador frente a los enfoques o puntos de vista elegidos.
Y hay un punto de vista del que es imposible escapar. Es absolutamente necesario establecer algún criterio de ordenación temporal para no caer en la confusión total. Esto induce, precisamente, el sesgo temporal en la elección del sistema de periodización de la historia.
La división de la historia para su estudio
Para poder estudiar historia, es necesario dividirla en intervalos o periodos que presenten características comunes. Se trata de lograr alguna división del tiempo histórico que sea más o menos objetiva.
Lo primero que se le ocurriría a un científico sería emplear una división basada en criterios totalmente objetivos, asépticos e incontaminados por los valores o creencias.
Dado que tenemos a nuestro alcance técnicas de datación muy precisas, la del radiocarbono por ejemplo, podríamos dividir la historia en periodos de 100 años y estudiarlos uno por uno: siglo primero, segundo, tercero, y así sucesivamente.
Pero entonces surgiría un problema: la elección del año cero. En algún momento histórico debemos colocar el origen del tiempo. Lo que suele hacerse en este caso, es elegir algún hecho histórico considerado relevante y situar en él el origen de la escala.
Para la cultura occidental y judeocristiana, el año cero se sitúa en la muerte de Cristo pero, ¿los historiadores chinos estarían de acuerdo? Seguramente, ellos preferirían referir todas las fechas al advenimiento del Primer Emperador, Qin Shi Huangdi, en el año 221 a.C.
Vaya. Acabamos de tropezar con un sesgo cultural. El origen de la escala del tiempo depende de los valores de la sociedad que crea la escala.
Clasificación epónima del tiempo
Este sesgo, llevado al extremo, es el que aparece en las clasificaciones epónimas del tiempo. El adjetivo epónimo significa que los periodos reciben nombres de gobernantes u otros hechos singulares.
Así, en la república romana, los años se identificaban por los nombres de los dos cónsules que regían los destinos del Estado. En el mundo helénico, en cambio, el tiempo se contaba en periodos de cuatro años u olimpiada, tomando como cero el año en que se celebraron los primeros juegos olímpicos (del 776 al 772 a.C.). También son famosos los sistemas chinos o egipcios basados en la sucesión de las dinastías y de los faraones gobernantes.
Es evidente que estas clasificaciones epónimas no tienen sentido fuera de las culturas en las que aparecieron.
¿Antes de Cristo o después de Cristo?
Como habréis observado, cada vez que cito un año le añado un antes o después de Cristo. Si no salimos de un entorno cristiano, no hay problema. Pero como, según comentan, en el mundo existen otras religiones, esta denominación está sesgada en favor de una religión concreta.
Hoy en día se prefiere la utilización del término Era Común debido a que resulta más neutral en el sentido religioso, puesto que es traducción de la expresión en latín era vulgaris. Así, las abreviaturas “a.C.” se transformarían en AEC (antes de la era común). En cambio, “d.C.” se convertiría en EC (era común). También está aceptada la denominación de Antes de Nuestra Era.
En el blog emplearé estos términos como equivalentes:
- Antes de Cristo, antes de la Era Común y antes de nuestra era (a.C. = AEC = aEC = ANE)
- Después de Cristo, Era Común, Nuestra Era (d.C. = EC = NE). Si un año no lleva abreviatura se entiende que pertenece a la EC.
Por si a alguien le interesa, el estándar para las fechas en el mundo anglosajón se puede consultar en este enlace. La equivalencia sería:
- Antes de la Era Común: a.C. = BCE (Before Common Era)
- Era Común: d.C. = CE (Common Era) o sólo el número, sin abreviatura.
La división de la historia por épocas
Pero todavía seguimos necesitando un criterio para dividir la historia en épocas y, así, facilitar su estudio. Una alternativa al sistema epónimo podría ser la elección de eventos relacionados con el desarrollo tecnológico, que esos sí que debieran ser objetivos.
El primer evento relevante será, digamos, la aparición de la escritura y su empleo, por las sociedades antiguas, para crear registros acerca de ellas mismas. De este modo podremos dividir la historia de la humanidad en dos periodos: la Prehistoria y la Historia propiamente dicha.
Pero no todo podía ser perfecto. Los eventos históricos no suelen ocurrir a la vez en zonas geográficas extensas. Por tanto, unas sociedades decidieron escribir sobre sí mismas y otras no. Estas últimas se denominan sociedades prehistóricas.
Algo parecido ocurre con las tecnologías de fabricación de herramientas. Atendiendo al material con las que se fabrican surgirían las edades de piedra, bronce y hierro. Pero estos inventos no aparecieron a la vez en todas las áreas del mundo. En China la tecnología del hierro se introdujo bastante después que en Europa. Y ¿qué pasa con las sociedades que nunca emplearon el hierro hasta que no aparecieron los europeos por allí?
Otra alternativa sería tomar los dos eventos más importantes en la historia tecnológica de la humanidad: la revolución neolítica, con el desarrollo de la agricultura, y la revolución industrial. Pero claro, este criterio nos dejaría tan sólo con tres periodos: el de las sociedades cazadoras-recolectoras, el pre-industrial y el industrial. Y si tomamos el criterio marxista, tan sólo tendremos los periodos dominados por el modo de producción esclavista, feudal y capitalista.
Y sin embargo, necesitamos introducir algún tipo de división del tiempo histórico, aunque sólo sea para aclararnos un poco. Por este motivo es inevitable caer en el sesgo temporal. Y digo que es inevitable porque cualquier clasificación que se nos ocurra, no será coherente en ámbitos geográficos extensos.
Por todo ello, de forma personal y subjetiva, he elegido unos eventos que separarán las diferentes edades de la historia a las que asignaré una categoría en el Blog. Estas son:
- La evolución del ser humano. El evento inicial será la formación del planeta Tierra y el final será la aparición del ser humano como especie.
- La Prehistoria. Esta categoría abarcará desde la aparición del ser humano hasta la invención de la escritura.
- La Edad Antigua. En este apartado presentaremos a las civilizaciones de la antigüedad, tales como Mesopotamia, Grecia o Egipto. Esta edad terminará con la caída del Imperio Romano.
- La Edad Media. La caída de Roma dio paso a la Alta Edad Media en Europa y en el área mediterránea. La caída de Constantinopla (o el descubrimiento de América) marcan el final de la Baja Edad Media.
- La Edad Moderna. Esta categoría cubrirá esa primera globalización europea hasta el fin del Antiguo Régimen y la Revolución Francesa.
- La Edad Contemporánea. Sin unos límites claros, esta época se iniciará con la Revolución Francesa o la Revolución Industrial y llegará hasta nuestros días.
Soy consciente de que los límites no están claramente definidos y de que tiene una perspectiva excesivamente eurocéntrica. Sin embargo, esta periodización del tiempo histórico está tan extendida que todo el mundo puede ubicarse en él con facilidad. En este caso, las ventajas superan a los inconvenientes causados por el sesgo temporal.
El sesgo de la modernidad en la historia
Esta narrativa, la de la modernidad, sí que constituye un sesgo peligroso para el entendimiento de la historia. En pocas palabras, el relato, establece que el mundo grecorromano fue una época brillante en lo político, en lo económico y en lo cultural; y su punto más alto lo constituyó el Imperio Romano.
Sin embargo, con su caída, Europa entró en una era de oscuridad, barbarie, atraso e ignorancia de la que sólo se pudo salir en los siglos XV y XVI, con el redescubrimiento de la cultura clásica. Este periodo conocido como el Renacimiento supuso para la humanidad alcanzar de nuevo la cúspide del desarrollo humano.
Fueron, de hecho, los historiadores renacentistas los que inventaron la imagen que acabo de describir. Desafortunadamente para ellos, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, se produjeron las revoluciones científicas y la Ilustración, con lo que esa segunda cúspide de la humanidad se trasladó hasta el siglo XVIII, dejando al Renacimiento fuera de la modernidad (eso si, no tanto como la Edad Media).
Posteriormente, en el siglo XIX, al calor del nacimiento de la ideología socialista y la primera revolución industrial, se concluyó que esta segunda cima de la humanidad debía trasladarse de nuevo en el tiempo. Y más tarde, por obra de la segunda revolución industrial y de la globalización, la verdadera modernidad (esa segunda cima del desarrollo humano) hubo de ser situada en el siglo XX.
La bombilla eléctrica. Esto sí que es progreso de verdad, no como esos bárbaros del renacimiento. Y sin internet, ni inteligencia artficial. [Public Domain], via Wikimedia Commons
Sobre estas narrativas, el medievalista Cris Wickham dice:
La historia es vista como una sucesión continua de mareas que avanzan y retroceden mientras se adentran en la playa del progreso. Por tanto, las épocas oscuras desde la caída del Imperio Romano en el siglo V d.C., son interpretadas como partes necesarias en el largo y penoso proceso que condujo a la humanidad desde la ignorancia hasta cualquier aspecto del mundo moderno que nos interese resaltar. (The Inheritance of Rome: Illuminating the Dark Ages, 400–1000, Capítulo 1)
Para profundizar más, también se puede leer este interesante artículo del historiador Julián Casanova llamado Historia, progreso y la invención de la modernidad.
El nacionalismo en la historia
La última narrativa sesgada de la que me ocuparé será la del nacionalismo en la historia.
En el siglo XIX emergió con fuerza en Europa una ideología, el nacionalismo, que situó en el primer plano político el problema de la formación de las naciones. Desde entonces, cualquier nación que desease gobierno propio debía aspirar a la legitimidad histórica, y para ello necesitaban rastrear su origen (real o mítico) hasta una época anterior, cuanto más remota mejor.
El periodo ideal para situar los gérmenes de los Estados-nación europeos, cualquiera que se nos ocurra, siempre fue la Alta Edad Media. El año 1000 d.C está lo suficientemente lejos como para aportar credibilidad a cualquier historia mítica, con la ventaja adicional de que siempre hubo una gran falta de evidencias arqueológicas hasta épocas relativamente recientes.
El nacionalismo aprovecha cualquier excusa para envolverse en una bandera. George Eastman House Collection. Sin restricciones conocidas de derechos de autor, via Wikimedia Commons
El siguiente paso es sencillo, consiste en enfocar la narrativa en términos de la inevitabilidad histórica del surgimiento de esa nación en concreto, ensalzando aquello que la hace ser diferente, o mejor que el resto, y justificando los motivos por lo que está tan satisfecha de sí misma.
Este tipo de relatos se denominan teleologías y Wickham opina que son historia de la mala. Aunque, a veces, estas teorías se apoyen en hechos empíricos demostrados, como por ejemplo la existencia de Estados unitarios en Europa desde fechas tan tempranas como el año 1.000, se trata, sin embargo, de lecturas falsas del pasado que nos hacen errar en el entendimiento de la historia.
En la Europa altomedieval, hasta el siglo IX d.C por lo menos, no habían identidades nacionales demasiado prominentes. Y, desde luego, en ningún caso, querían formar parte de una misma unidad política.
Esto también se aplica a la idea de Europa misma. En esta época nunca hubo una identidad común que ligase a las entidades políticas situadas entre España y Rusia, más allá de un débil sentido comunitario introducido por la religión cristiana.
Categorías del podcast
Los episodios se agrupan en categorías que se corresponden, más o menos, con las edades de la historia

-La Edad Antigua-

-La Edad Media-

-La Edad Moderna-

-La Edad Contemporánea-